¿Qué es el pecado?

El problema más grande al que se enfrenta la humanidad desde tiempos inmemoriales, ha sido la lucha contra del pecado, la maldad de los hombres desde siempre se ha visto reflejada en actos vergonzosos y reprobables. Muchas personas culpan a Dios por tales actos, pero Él nos ha dado a capacidad para elegir entre lo bueno y lo malo. Esta libertad, aunque pareciera ficticia debido a que el pecado se presenta sin previo aviso en nuestras vidas, es la que destruye vidas al no saber como usarla. Si no  existiera el pecado no tendríamos noción de lo que es bueno.


En esta ocasión presentamos el siguiente tema escrito por el  apóstol Bolívar Guerrero Castro.

  
PECADORES POR NATURALEZA 

 
Y yo sé que en mi, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo.
Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.
Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí 

Romanos 7:18-20


Con la entrada del pecado al mundo por la desobediencia de Adán, toda la descendencia de la primera pareja heredó la semilla del pecado; el pecado se entronizó entre los miembros del cuerpo del ser humano, y de esta manera, el pecado se constituyó en parte natural del hombre

El varón comenzó a transmitir por medio de su semilla a toda su descendencia la simiente pecadora; es que es el varón quien transmite por medio de su semilla o esperma, la simiente pecadora; la mujer es la receptora, aunque ella mismo haya sido engendrada en pecado, ella por si, no puede transmitir el pecado, sino el varón.

Por lo que la palabra de Dios nos dice con toda autoridad que todos somos pecadores, y vivimos para practicar el pecado, por cuanto éste se encuentra como un “miembro dominante” sobre nuestra carne.  Al referirnos al pecado como un miembro más de nuestra carne, no lo hacemos metafóricamente sino como una tangible realidad, por lo que el rey David inclusive llegó a decir:


He aquí, en maldad he sido formado, en pecado me concibió mi madre.   

Salmos 51:5



Dios había creado al ser humano como una persona integrada por espíritu, alma y cuerpo.  El espíritu, es la parte que Dios le dio de sí mismo, y es la que corresponde a la “semejanza de Dios”; esta parte de su ser es la que le da al hombre conciencia de lo espiritual, y no es de esta tierra; el alma, es la que le da conciencia de todo su entorno terrenal; y la carne corresponde a la casa terrena que Dios le dio al espíritu del hombre para que viviese sobre esta tierra.  Ahora, el alma y el cuerpo están intrínsecamente unidos y son terrenales.


Y fueron el alma y la carne, las que mirando las cosas terrenales desearon al “fruto prohibido”, y fue esta parte del ser integral del ser humano las que pecaron contra Dios, al desobedecer su palabra; por lo que el pecado se adueñó tanto del alma, así como también del cuerpo del hombre.


Por lo que estos componentes del ser del hombre desarrollaron naturalmente una respuesta positiva y urgente al llamado del pecado.  El dominio de este poder pecaminoso es tal, que el hombre a pesar de sus buenas intenciones siempre cae en las redes de este mal.

Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago.

Romanos 7:15


Entonces, lo cierto es que el hombre quedó en su alma, y en su carne esclavo del pecado, el cual lo conduce irremediablemente a la muerte tanto física como espiritual. 

Al ser gobernado por el alma y por la carne, el ser integral del hombre sufre una mutilación espiritual, pues siendo el espíritu la única parte que no es terrenal, pues procede de los lugares celestiales y más propiamente dicho, del Padre de los espíritus, éste bajo la contaminación e influencia tanto del alma como de la carne, muere irremediablemente, quedando relegado en una sepultura de delitos y pecados.

Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.

Efesios 2: 1 - 3 


Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, 

Efesios: 1-3



Al ser toda la humanidad descendiente de Adán y de Eva, encontramos por tanto que todos hemos heredado la simiente pecaminosa que nos constituye en enemigos de Dios.  La palabra encierra a todos los humanos sin excepción alguna como pecadores, por tanto, merecedores de condenación al encontrarnos todos sometidos a la esclavitud del pecado.  Reyes y gobernadores, ricos y pobres, pastores y sacerdotes, y toda raza de hombre somos culpables de pecado.


Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.  

Romanos 5:12


La avaricia, la mentira, el egoísmo, la envidia, el alcoholismo, la drogadicción, la incredulidad, el homosexualismo, el aborto, la idolatría, la pornografía y la hechicería son parte del amplio espectro que utiliza el pecado y el diablo para destruir al hombre.

La carne en realidad se ha constituido en un enemigo del espíritu del hombre.  El alma tomada por las tinieblas y deseosa de lo terrenal programa a la carne para el pecado, y el cuerpo obedece; llegando el cuerpo a constituirse en un cuerpo de muerte, enemigo del espíritu del hombre, pues él es que práctica y da a luz al pecado.

El apóstol Pablo considerando esta terrible situación en que su carne siendo parte integral de su ser, pero por estar rendida al pecado, se ha constituido en su mayor enemigo, llega a expresar en un tono angustioso.

Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios;
pero veo otra ley en mis miembros que se rebela contra la ley de mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.
¡Miserable de mí!  ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?   

Romanos 7:22-24


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